jueves, 18 de abril de 2013

UNA ESCOCIA AGRIDULCE -1-

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UNA ESCOCIA AGRIDULCE



En todos los viajes me pasa. Nunca consigo tener todo el equipaje preparado y encima de la moto a la hora que me había propuesto. Pero esta vez no hay prisa, nadie me espera. Estoy a punto de comenzar mi mayor viaje en solitario. Quince días me esperan sin más compañía que mi propia sombra, en los que a parte de disfrutar de Escocia y sus paisajes me he propuesto dos cosas: practicar inglés y abrirme con la gente.

Con todo listo y cargado de sensaciones extrañas me sitúo delante de la puerta del garage. Aprieto el botón del mando y el sol comienza a colarse a medida que la puerta se abre. Inspiro profundamente, engrano primera y ¡allá voy!





17-07-12 - MADRID - TOURS (Francia) - 1.104 km



Horas. Muchas horas. Tardes enteras en casa de mi amigo Jako delante del ordenador peleandonos con la cartografía del GPS. Lo que parecía coser y cantar resultó un suplicio, pero finalmente conseguimos meterle al cacharro la cartografía de Europa totalmente actualizada. Pero la alegría duró tan sólo unos pocos kilómetros. Antes de abandonar la Comunidad de Madrid el maldito GPS empezó a darme problemas. Unas cuantas palabrotas dentro del casco y abandono la autopista para pelearme con el aparato con tranquilidad. Me paro en una rotonda y mientras trasteo con la maquinita una señora se para a mi lado con su coche y me pregunta si todo va bien levantando el pulgar (¿Ok?). Le devuelvo el gesto y se marcha. Este gesto me alegra un buen rato de autopista. Cosas así sólo pasan al viajar en moto.



Hace buen día y ruedo contento, he conseguido solucionar los problemas de navegación. Cruzo la frontera por Irún, entro en Francia y, como es habitual por aquí, me encuentro un gran gusano de camiones. Le sonrío a un radar que me hace una foto de frente y navego directo a un hotelito F1 que ya tenía fichado en la ciudad de Tours.






18-07-12 - TOURS - CAMBRIDGE - 767 km



Tras un breve desayuno me encuentro nuevamente rodando felizmente por la autopista, tan feliz que me paso la salida. Merde!, como dicen por aquí... Esta autopista me lleva rumbo a París, que sería una ruta alternativa. Cruzar París y su periferia con su denso tráfico no me apetece mucho, por lo que prefiero dar la vuelta y seguir la ruta original. Pero como siempre me llevo a Murphy de viaje, la primera salida está a 17 km, los cuales he de recorrer en sentido inverso después de dar la vuelta. Y como esto es Francia amigos, no iba a ser gratis: peaje a la ida y peaje a la vuelta. Y como viene siendo habitual en mí, los peajes se me complican.


Llego a la barrera y me dispongo a introducir el ticket cogido al entrar en la autopista. Lo introduzco y no lo recibe. Le doy la vuelta. Lo introduzco de nuevo y nada. Le doy la vuelta. Lo mismo. Otra vuelta, nada. Vaya.... Ya no me quedan lados del ticket para probar. Se empieza a formar cola detrás de mí. El camionero que tengo detrás empieza a pitar y a gritarme. Pulso el botón del interfono para pedir ayuda:


- Bonjour.- me contestan.

- Bonjour, le ticket no funciona...

- Labdudcshsissbzuzns

- Le ticket.....

- Lajdjskansi!!

- Problem! Problem!


Milagrosamente la maquinita se ilumina, acepta mi ticket y la barrera se levanta. A los pocos segundos el camionero me adelanta poseído por el mismísimo Satán.


Retomo la ruta y paso por Le Mans, con su mítico circuito. Aquí ya el verano ha dejado de existir y paro a montarle los forros de invierno al traje. Por la autopista me entretengo en saludar a los camioneros con matrícula española, los cuales siempre me devuelven el saludo, uno de ellos con unas V's, lo cual me hizo ilusión.


Llego a Calais en plena batalla con Eolo, y me dirijo directamente a la estación del Eurotunel. Siempre me ha llamado mucho la atención lo del túnel por debajo del mar. De pequeño me lo imaginaba transparente, cruzando aguas transparentes de color turquesa, mientras circulando con tu propio coche podías observar tiburones, delfines, estrellas de mar, tortugas gigantes e infinidad de peces multicolores. Embriagado por esa falsa imagen de mi niñez, decidí cruzar el Canal de la Macha por el túnel en lugar de hacerlo navegando.


La experiencia del Eurotunel fue bastante menos interesante de lo que me había imaginado. La estación es básicamente una explanada dividida en muchos carriles, por los que vas pasando por varias ventanillas para pagar y para revisar el pasaporte, hasta que finalmente llegas a la zona de espera, que no es más que otra explanada a la intemperie llena de conos para delimitar los carriles. Allí, junto con una pareja de moteros ingleses que no se dignaron ni a devolverme el saludo, me hicieron esperar más de 45 minutos. Sin cafetería, sin servicios, sin cobijo alguno. 45 minutos de pie al lado de la moto, azotado por un fuerte viento y con el casco puesto porque empezaba a chispear. Un matrimonio de jubilados alemanes me miran impasibles desde el interiior de su gigante, cómoda y calentita autocaravana. Finalmente el semáforo se pone en verde y podemos entrar al tren, bueno, por que se que es un tren, porque por el aspecto exterior podría ser un contenedor de mercancías de un barco. Una vez dentro, no se aprecia movimiento alguno. Tengo la sensación de estar viajando en metro, pero con la moto. El trayecto dura unos 30 minutos, los cuales tienes que pasar de pie al lado de la moto. ¿Para qué poner unos banquitos si la gente está dentro del coche? Y a las motos que les den, como siempre.










El tren nos vomita en Inglaterra. Es la primera vez que circulo en mi moto por una isla, una tontería sí, pero me gusta. Llueve. No me sorprende. Nada más salir del tren me detengo a ponerme el chubasquero, y también el chalequito reflectante, que le prometí a mi chica que me cuidaría al máximo :)



Izquierda, izquierda, izquierda, izquierda.... Left, left, left, left... Es lo único que hay en mi cabeza los primeros kilómetros. Nunca había conducido por la izquierda, y de momento me apaño bien. Circulo despacito mientras llueve bastante. Llego a una rotonda, ¡joder! ¡coño! ¡me cagüen! ¡que hay que mirar a la derecha! Mira que lo había pensado veces, pero hasta que no llegas a una...



Llego a los alrededores de Londres y el tráfico se empieza a complicar, hasta que llega el atasco. El motivo del atasco es un superpeaje que hay que pagar para cruzar el río Támesis. Los que circulamos hacia el Norte lo cruzamos por un túnel, los que viajan hacia el Sur lo hacen por un gran puente. Este peaje es gratuito para la motos, punto positivo para estos ingleses.



Con alguna vuelta que otra, consigo abandonar el área londinense por la carretera correcta, dirección al norte. Al cabo de unos kilómetros paro a preguntar en un hotelito a pie de carretera. El recepcionista, con toda su antipatía, me informa de que la habitación son 66 libras, sin desayuno y sin internet. Muy amablemente le digo que voy a la moto a recoger el equipaje, pero lo único que vió este hombre fue mi equipaje subido a la moto huyendo despavorido de aquel lugar. Como todavía es pronto decido seguir avanzando e intentar encontrar algo mas barato y acogedor, y donde al menos pueda cenar algo. Al cabo de un buen rato, a la altura de Cabrigde, encuentro un centro comercial en el que hay un hotel. Entro a preguntar y me dicen que son 75 libras. Empiezo a tener la sensación de que este viaje me va a salir más caro de lo que pensaba... Finalmente, asustado por la tormenta y seducido por el uso de wifi y el restaurante, decido aceptar, ya que es muy posible que el siguiente sea aún más caro, y ya llevo hoy una buena palicilla.














19-07-12 - CAMBRIDGE - EDIMBURGO - 554 km



Suena el despertador y me arrastro como un zombi hasta el baño. Abro el grifo de la ducha y, mientras espero a que el agua salga caliente, bostezo frente al espejo. Meto un pie en la ducha y se me pasa el sueño de golpe. ¡Está helada! Tras una breve pelea con la grifería y una llamada a recepción, me doy una rapidísima y gélida ducha, ya que la caldera del hotel se había estropeado. Un Murphy muy sonriente me da los buenos días.


El cielo está salpicado de pomposas nubes blancas, que pronto se convirtieron en feos nubarrones, que pronto se convirtieron en una cortina de agua. Esto es algo que hay que asumir al viajar al Reino Unido, por lo que paso al “modo agua” sin darle muchas vueltas.


Pasado Newcastle por fin salgo de la autopista. Entro en reserva y consulto el GPS en busca de la gasolinera más cercana. Me desvío por una estrecha carretera en su busca, y cuando llego al pueblo lógicamente no hay gasolinera alguna. Pregunto a un paisano y me informa de que hay una en el siguiente pueblo, siguiendo misma diminuta carreterita por la que venía. Al llegar me encuentro con la gasolinera, dos pequeños surtidures que manan oro negro, y nunca mejor dicho, por que el litro costaba 1.55 libras. En ella hay un coche precioso, clásico, de apariencia inglesa pero sin ser inglés, un modelo “raro” que casualmente tiene un compañero de trabajo. Pregunto a la dependienta si es suyo, y me dice que es de su marido. Se sorprende que sepa de que modelo se trata, y entablamos algo de conversación mientras doy buena cuenta de un sandwich.











El coche es un Nissan Figaro de los 90.


Sigo disfrutando de las carreteras de doble sentido, siempre húmedas, dándome pequeños sustos en cada curva que me cruzo con un coche que en mi mente circula por mi carril. En una de esas curvas un cartel me da la bienvenida a Escocia. ¡Por fin he llegado!







La fotito de rigor y sigo ruta hacia el primer castillo Escocés, el Floors Castle, en Keslo.


En la puerta de los jardines me piden 8 libras por pasar hasta el castillo. Dudo si hacerlo, ya que yo solo quería verlo por fuera. No tengo ni tiempo ni ganas de andar viendo habitaciones con mobiliario del siglo XVI la verdad. El hombre de la garita resulta ser motero. Charlamos y acabamos sacando los mapas y recomendandonos lugares, tanto de Escocia como de España. La cosa termina con Raúl bajando hasta el castillo gratis y más ligero que una pluma, ya que la moto y todos los cacharros se quedaron a buen recaudo en frente de la garita. Llego hasta el castillo y aparece ante mis ojos un edificio de dimensiones descomunales, con su tejado sembrado de cientos de torrecillas. Intento que me quepa entero en la foto, pero ni con el objetivo gran angular lo consigo. No es de extrañar, ya que es la vivienda habitada más grande del país.

















Feliz como un regaliz tras visitar mi primer castillo del viaje pongo rumbo a Edimburgo. Anoche hice los deberes, por lo que tengo un hotelito reservado en el centro. Allá me dirijo serpenteando por una negrísima y bonita carreterita escocesa.


Llego sin el más mínimo rodeo, gracias a la supercartografía que tanto trabajo le costó a Jako meter en el GPS. Es un edificio antiguo, y para llegar hasta la habitación tengo que subir varios pisos por escaleras de madera, recorrer numerosos estrechos pasillos cubiertos de una horrible moqueta y abrir y cerrar una infinidad de puertas. Como no podía cargar con todo de una vez tuve que hacer otro viaje a la moto. Si lo llego a saber hubiera marcado el camino con miguitas de pan al estilo de Pulgarcito, por que el hotel es un auténtico laberinto.


Salgo a dar un paseo, y mientras me atiborro de pasta en un bonito restaurante italiano planifico los lugares a visitar durante la mañana siguiente.



 

20-07-12 – EDIMBURGO – PITLOCHRY – 215 km


La calle Princess Street divide a la capital escocesa en dos partes, la nueva y la vieja. Como en la mayoría de las ciudades la parte antigua resulta mucho más interesante para el viajero. La mayor actividad de la parte vieja se localiza a lo largo de la Royal Mile, una calle ancha y luminosa en la que antiguamente dominaba el lujo. Actualmente dominan las tiendas repletas de imanes para la nevera, dedales, figuritas, llaveros, gaitas de plástico, postales y otras muchas cosas inútiles que los turistas se empeñan en comprar allá donde vayan, bueno, les lleven.










En uno de los extremos de la Royal Mile se encuentra, coronando la ciudad desde lo alto de un volcán apagado, el castillo. Es la principal atracción de la ciudad, y sin duda lo merece. Pero como ya lo conozco de otro viaje decido no acceder al interior (algo totalmente recomendable para quien no lo conozca) y aprovechar el tiempo visitando el resto de la ciudad. Además, coincide que en el castillo estan montando las gradas para el Military Tattoo, un espectacular desfile militar que se realiza en la esplanada del castillo.
























La guía que llevo define a “The Real Mary King´s Close” como la atracción más escalofriante de la ciudad. Seducido por tal definición me dirijo hacia ella. Aunque la entrada cuesta un buen puñado de libras, no se pueden realizar fotografías y el guía va disfrazado de pimpollo del siglo XVII, la visita me resulta de lo más interesante. Se trata de un grupo de callejuelas y callejones que quedaron sepultados bajo nuevos edificios. En este laberinto de callejones subterráneos malvivían los edimburgueses más pobres y los afectados por la peste que azotaba la ciudad en aquellos años, sin apenas ventilación, sin ver la luz del día, y compartiendo todo tipo de enfermedades infecciosas.






Una vez de vuelta a la superficie seguí paseando y disfrutando de la ciudad, hasta que me encontré con…. ¡Bobby!


Bobby era el perro de un policía llamado John Gray. Cuando éste murió el animal no quiso dejar a su amo, y durante catorce años estuvo velando su tumba en el cementerio de Greyfriards Kirk, hasta que el pobre murió. Durante todos esos años, a pesar del cariño que se había ganado de los ciudadanos, nadie pagó su licencia, debiendo de ser sacrificado. Pero cuando el alcalde se enteró de la noticia, fuel él mismo quien pagó la licencia y compró un collar en el que era llamado “Greyfriars Bobby”. Bobby se convirtió en uno de los personajes más queridos de la ciudad y se ganó una pequeña estatua en una de las calles del centro de Edimburgo.






Seguí paseando por las agradables calles de Edimburgo…..





























…. en busca del nuevo parlamento. Se trata de un nuevo edificio, diseñado por el arquitecto español Enric Miralles, que rompe con el entorno clásico de su alrededor.














Y como es viernes por la tarde, y la ciudad se está colapsando de guiris, grito ¡libertaaaad! igual que lo hizo William Wallace y me voy a Stirling a ver su monumento.


Pero no me dirijo a Stirling por el camino más directo, por que quiero cruzar el canal por el puente de South Queensferry. Realmente hay dos puentes, uno de estructura de acero de color ROJO por el que pasa el tren (año 1890), precioso, y otro de color blanco paralelo a éste, inaugurado en 1964, por el que circulan los vehículos, y también yo. Es una pena que no se pueda parar a tomar alguna foto sobre el puente, porque las vistas lo merecen.


El monumento a William Wallace se encuentra a las afueras de Stirling. Se trata de una torre victoriana de 67m de altura, de aspecto amenazante, levantada sobre un peñasco rocoso.








 

Y ya que estoy en Stirling pues paro a ver el castillo, que me han contado que tiene una muralla con cañones, y eso mola. Pero otra vez la misma historia, tengo que pagar otro puñado de libras para acceder incluso al exterior, ya que es a través del parking. Finalmente me camelo al guardia y me deja pasar para hacer unas fotos del exterior. Y menos mal, por que tampoco había tantos cañones.











Después de tanto monumento hay que despejarse, y para ello nada mejor que perderse por las diminutas, húmedas y frondosas carrerteas escocesas de camino al siguiente destino.




El siguiente destino es Kenmore, una coqueta villa a orillas del lago Tay en donde estan situados unos antiguos crannogs. Se trata de viviendas construidas en la Edad Media en medio del lago de forma que quedaban protegidas del enemigo por el agua.






En Kenmore fue imposible encontrar alojamiento. Consulto la lista de hostels de escocia que llevaba con la suerte de que hay uno a poquitos kilómetros, así que allá que voy, a Pitlochry. Pitlochry es un agradable pueblo cuyo principal negocio son las actividades de montaña, y así lo demuestran las numerosas tiendas de deportes de aventura que hay en sus calles. Ceno en un bar con música en directo y buen ambiente y me dispongo a dormir en una habitación que comparto con otras cuatro personas que aún no he visto.



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1 comentario:

  1. muy buena cronica, toda una odisea la verdad, yo ya la hubiese liado en mas de algun sitio seguro, jajajaja.
    Voy corriendo a leerme la segunda parte.

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