viernes, 9 de diciembre de 2011

Camino de Santiago (en moto)


SIGUIENDO LAS CONCHAS

Camino de Santiago en moto y en solitario


INTRODUCCIÓN

Del Camino de Santiago se puede hablar o mucho o poco, dependiendo del punto de vista de cada uno. Para algunos será una simple ruta de senderismo o cicloturismo sin mucho sentido, mientras que para otros puede significa el viaje de su vida, aquel del que volverán llenos de paz interior.

Dejando las creencias a un lado comienzo este viaje cargado de ilusión, ya que desde pequeño he tenido en mente realizarlo en bicicleta de montaña, pero que por unas cosas u otras siempre ha quedado pendiente. Los dos motivos principales que me lo han impedido han sido el disponer de al menos 15 días en época estival y el estado de forma física. Pero claro, estos motivos pasan a un segundo plano realizando la ruta en moto.

La ruta original es un sendero que (en teoría) está restringido a los vehículos a motor, por lo que había que buscar una ruta asfáltica paralela. Hay varios Caminos, dependiendo de desde dónde se salga, pero yo decido hacer el llamado "Camino Francés", que parte desde Roncesvalles, ya que es el que siempre he tenido en mente.



24-06-11 - MADRID - RONCESVALLES - ESTELLA - 587 km

Salgo de casa de esta guisa.


Y no es que me quiera hacer el duro haciendo creer a la gente que me iba a la conchinchina, sino que la festividad de Corpus me pilla por sorpresa y no pude cambiar el neumático cuando yo quería. Pero tengo que reconocerlo, me encantó la sensación de dar la impresión de que me iba tan lejos que no me valía ir sólo con las ruedas que llevaba....jajaja.

Una vez lista la rueda pongo rumbo a Roncesvalles por la vía más rápida, ya que he perdido bastante tiempo en el taller. Camino Soria, como decía Gabinete Caligari, compruebo en la pantalla del casco que los bichos sorianos están rellenos de mostaza.

Llego a Pamplona, y desde aquí hay que subir a Roncesvalles, para luego deshacer el camino de vuelta a Pamplona de nuevo, por lo que no me entretengo y enfilo la excelente carreterita que me llevará hasta el punto de partida del Camino. Un asfalto perfecto, una temperatura agradable y apenas tráfico hacen que estos kilómetros sean una delicia, tanto para mi como para la pareja de guardias civiles que me arrancan las pegatinas a bordo de sus flamantes RT, practicamente rascando las maletas en cada curva.

Llego a Roncesvalles y la primera sensación que me da es que es muy pequeño. No se por que pero me imaginaba un pueblo más pueblo. Y es que prácticamente sólo está el albergue de peregrinos, la caseta de información, unas pocas casitas y el bar, que no falte, donde estan los guardias civiles que me adelantaron tomandose un refrigerio con el guarda forestal. También me esperaba más ambiente peregrino, pero apenas se ven unos pocos, todos partiendo hacia el mismo objetivo.



Doy un paseito, hago cuatro fotos y arranco de nuevo la moto, para comenzar oficialmente El Camino de Santiago. Un cartel a la salida del pueblo indica que Santiago de Compostela se encuantra 790 km. A mi me parecen unos cuantos, al que va en bici le pareceran una burrada, y al que va a pie cargado con el macuto le tienen que parecer una eternidad.






 
Deshago el camino hacia Pamplona. Es la misma carretera, prácticamente la misma temperatura, la misma escasez de tráfico y la misma pasada de la guarcia civil, pero ahora de bajada, pero el tramo se ve con diferente mentalidad. Ahora lo que importa no es llegar al destino a una buena hora, sino disfrutar de cada curva, de cada paisaje, tener los cinco sentidos alerta para que no se escape nada. Y así es, descubro paisajes, pueblos y escenarios que en el tramo de ida ni me había percatado de ellos. 




 
Lego a Pamplona y ahora sí que hago una parada para conocer su casco antiguo. Me sorprende que aunque quedan unis cuantos días para que empiecen los Sanfermines ya han empezado a colocar las barreras de los encierros. 



El ambiente es agradable, hay mucha gente joven, y las terrazas están llenas de vida. Doy un paseo visitando la plaza de toros, la plaza del Castillo y la Casa Consistorial, desde cuya fachada se dispara el famoso "Chupinazo".







Vuelvo a la moto para emprender de nuevo la ruta, pero como ya había recorrido muchos kilómetros de autopista decido seguir el Camino hacia Logroño, pero saliendo de Pamplona hacia la sierra de Andía. La carretera no tarda en retorcerse, abriendose camino como puede entre las rocas mientras trepa hasta lo alto del puerto de Etxarri, desde donde se puede disfrutar de una bonita panorámica.


 
Bajo el puerto y como empieza a caer la tarde saco el mapa y busco un punto gordo cercano a la ruta en el que pueda encontrar cobijo. El punto gordo del mapa elegido es Estella. Cojo un atajo de esos que usamos los moteros para llegar más tarde, la carretera se estrecha, el GPS me engaña y el asfalto se acaba, dejandome delante de una pista de grava con el pueblo a unos pocos cientos de metros. Pues como llevo una GSR Adv. allá que voy todo decidido, hasta que se termina tambien la grava sin conseguir llegar al pueblo. Termino en un campo de girasoles a los que no parece que les haga mucha gracia mi presencia, ya que todos me dan la espalda.



 
Finalmente llego a Estella, y tras unas cuantas vueltas sólo encuentro un hotel. Como no hay más opciones decido preguntar. No está mal y me ofrecen garage para la moto, asique acepto.


25-06-11 - ESTELLA - ASTORGA - 480 km

Salgo prontito y enfilo la autopista hacia Pamplona. Sí, deshago el camino recorrido, no por miedo a seguir hacia Santiago o porque haya conocido una pamplonica de abundantes curvas, sino porque al desviarme por la sierra me había saltado un punto fuerte en el Camino de Santiago: Puente la Reina.

Se trata de un pueblo con un caracter peregrino muy marcado, ya que en él coinciden las dos variantes del Camino francés, la que viene desde Aragón (Somport) y la que viene desde Navarra (Roncesvalles). De Puente la Reina hay que destacar su famoso puente romano, que permite al peregrino cruzar las aguas del río Arga. Doy un paseito, hago la típica foto del puente y retomo la ruta, que ya empieza a picar el sol.








La ruta me lleva hacia Logroño, ésta vez por la carretera nacional. Vuelvo a pasar por Estella, y la abandono con dirección a Ayegui. A pocos kilómetros me desvío al Monasterio de Irache. La verdad es que el objetivo de esta parada no era el Monasterio en sí, aunque es bonito, sino la fuente de vino. Cuando descubrí la existencia de una fuente que no mana agua, sino vino, me pareció que sería una broma. Nada más leerlo me imaginé a un montón de españoles haciendo cola con la bota vacía bajo el brazo. Como me costaba creerlo me desvié a comprobarlo, y pude comprobar que era cierto.





 
De nuevo a la nacional en busca de la siguente parada, Logroño. Quería entrar a la ciudad por su famoso Puente de Piedra, pero me lio con las calles y acabo cambiando la piedra por el hierro, y entro por su también atractivo Puente de Hierro. Visita rápida a El Espolón y a la catedral y vuelta a dentro del casco para seguir disfrutando de un paisaje repleto de viñedos hasta Santo Domingo de la Calzada. 







Llego a Santo Domingo de la Calzada y no paro hasta encontrar una sombra en donde aparcar la moto, cosa que un rato después agradecerá enormemente la epidermis de mis glúteos, ya que el calor empieza a ser considerable. La ciudad tiene todo el casco antiguo peatonal, hay muchos peregrinos y eso se nota en el ambiente de su centro histórico. En la catedral parece ser que hay, aunque yo no lo vi, un corral con gallinas, para recordar la leyenda del gallo y la gallina que cantaron después de asados. Y me lo creo. Después de comprobar lo de la fuente del vino, no me extrañaria que la gallina después de asada cantase a dúo con un gallo asado, o incluso, que bailasen una jota. 






 
Me subo a la moto, y como he sido previsor no me quemo el trasero. Retomo la nacional, que ahora se ha vuelto rápida y monótona. El paisaje ha cambiado considerablemente. Del ondulado terreno salpicado de viñedos hemos pasado y grandes llanuras doradas por el trigo. El balanceo de sus espigas al son de la suave brisa me recuerda al mar, así como el mar le recordó a mi padre los campos de trigo de Castilla la primera vez que lo vio. Reflexionando sobre dicha similitud sigo avanzando, mientras observo a los peregrinos, sólos e indefensos frente aquellas infinitas llanuras mientras son castigados por el sol de medio día. Su rostro es de sufrimiento, pero les envidio.



Decido parar a comer en Burgos. Busco un sitio para comer con el único requisito de que tenga aire acondicionado. Encuentro uno maravilloso cerca de la catedral. Maravilloso no por su menú, ni su servicio, sino porque se estaba fresquito y por que las mesas tenían los manteles hasta el suelo. No es que sea un admirador de las mesas camilla, pero ese detalle me permitió quitarme las botas con total disimulo, lo que me provocó un orgasmo podológico.

Refrigerado y con las pilas cargadas me animo a hacer una visita rápida a la catedral, punto obligatorio en cualquier visita a Burgos.

Salgo del restaurante y....¡¡¡ bofetón de calor !!!  Giro una esquina y leo en un termometro los cuarenta grados.... La gente va en sandalias....sandalias.... medito la posibilidad de comprar una broca y dejar mis botas como un colador. Finalmente encuentro la Catedral. Barroca, sobrecargada, preciosa. Unas fotos rápidas y de vuelta a la ruta a ver si me ventilo.






El tramo que une Burgos con León se desvía de la carretera principal, culebreando por carreteras comarcales para poder seguir la senda de los peregrinos.
 





Llego a las proximidades de León, pero debido al calor y al retraso que llevo decido no entrar en la ciudad y continuar ruta hasta Astorga, para hacer noche allí.

En la entrada a Astorga, sobre un cable que cruza la carretera hay colgados un par de zapatos, al estilo de la película Big Fish.  Me gusta ese detalle, hace que entre en Astorga con una sonrisa dentro del casco.




Es fin de semana, y hace buen tiempo, lo que me complica encontrar una habitación libre. Después de varias vueltas consigo encontrar una habitación y un hueco en un garage para la moto.

Me disfrazo de persona y salgo en busca de embutido del rico y a dar una vuelta por la ciudad.









26-06-11 – ASTORGA – SANTIAGO – FINISTERRE – 400 km


Salgo algo más pronto que los días anteriores, buscando aprovechar más las horas “frescas” del día. Me doy cuenta de que esa magnífica idea me la han copiado cientos de peregrinos, que caminan en fila india como hormiguitas por el sendero paralelo a la carretera. Tras pocos kilómetros adelantando peregrtinos a pie llega el turno de los ciclistas. Me resulta curioso. Deben de haber salido todos a la misma hora, por lo que los ciclistas van adelantados.

Ésto me hace darme cuenta de que en estos días me he hecho un experto en mochilas, sombreros y traseros, pero que rara vez se ve un peregrino de frente. El Camino de Santiago es un viaje en un único sentido, sólo es un camino de ida. Interesante…

También me doy cuenta de que por las mañanas siempre se lleva el sol de espaldas, el cual te va adelantando con el paso de las horas, y por la tarde está horas y horas delante de tus narices. Unas gafas de sol o una pantalla ahumada son fundamentales para este viaje.
 



Cruzo los Montes de León por carreteras secundarias, en dirección a Ponferrada, y en algun lugar del camino me encuentro con esta especie de “santuario peregrino” que me llama mucho la atención. Creo que incluso sellan la Compostela, por lo que debe ser un punto de interés para el peregrino, pero la verdad no consigo averiguar cual es su significado.



Una paradita rápida en Ponferrada y continúo por la antigua N-6 hasta el puerto de Piedrafita.



¿Para qué ir por el camino corto pudiendo ir por el largo?



 
Desde el puerto de Piedrafita ¡ya es Galicia!. Galicia es sinónimo de buena gente, buena comida y lluvia. Pero también de ausencia de curvas. Prueba de ello es que desde la cima de Piedrafita, en unos pocos kilómetros hemos atravesado tres puertos, el Alto de Cebreiro, el Alto de San Roque (con su colosal escultura en homenaje a los peregrinos) y el Alto de Poio.

 




Desde aquí bailo un frenético bals con la carretera, rodeados de naturaleza, hasta que, tras cruzar el río Miño, llegamos  Portomarín.  Exhausto de tanta curva decido parar a tomar algo en este bonito pueblo. Me siento en una terracita, a la sombra, en la plaza, mientras obserbo el trajín de peregrinos. ¡Qué ambiente hay! Adoro la moto, amo viajar en moto, pero la verdad es que aquí echo de menos mi bici una barbaridad. Siento que ellos estan unidos, comparten algo, entablan conversaciones aunque no se conozcan de nada. Pongo la antena hacia la mesa de al lado, donde hay dos mujeres de unos 40 años que van en bici. Acaban de encontrarse con otra chica que va en solitario, tambien en bici. En cuestion de dos minutos son todas amigas, hablan de la ruta, cambian impresiones, hablan de las bicis…. En esta plaza todos estan unidos por el viaje. En cambio yo me siento excluido. Soy invisible para todos. Eso me duele, pero tienen razón. Yo voy en moto, y aunque me cueza de calor tanto o más que ellos, no hay punto de comparación. Mis vecinas planean hacer dos noches antes de llegar a Santiago, yo calculo llegar a comer. Éste es el motivo por el que no he intentado llevar la Compostela conmigo. Siento que aunque estoy disfrutando este Camino en moto, no es auténtico. Me prometo a mí mismo que antes o después realizaré el Camino siendo un verdadero peregrino.

Me encontraba sumergido en estas reflexiones cuando escuche a mis vecinas decir algo que me llamó realmente la atención. Hablaban de que habían adelantado con un peregrino que iba en monociclo. ¡¿Monociclo?! Me quedo alucinado, llegué a pensar que se estarían vacilando, pero al cabo de unos minutos no me lo podía creer. Un tio en monociclo, lleno de polvo, con una mochila a la espalda estaba cruzando la plaza. Llevaba suspensión y la rueda era de tacos. Un monociclo mountainbike. Se me quedaron los ojos como platos y no me dio tiempo a  sacar la cámara, pero prometo que es cierto.



Desde aquí, con el depósito lleno, afronto el último tramo antes de llegar a Santiago, no sin antes desviarme hacia el Monte do Gozo en busca de una buena panorámica de la ciudad. Me cuesta trabajo encontrar la subida al monte (el Gps funcionaba a ratos desde Logroño, y ya dejó de funcionar del todo), y tras varios intentos lo encuentro, pero sin lograr la panorámica que buscaba. No se porque pensaba que el nombre de “Monte do gozo” venía del gozo que le daba a los peregrinos al divisar la ciudad de Santiago desde su cumbre. Al menos yo desde su cumbre apenas podía ver la ciudad.
 



¡Y por fin Santiago!

Santiago de Compostela, ciudad en donde la lluvia es arte, me recibe con un solazo y unos cuarentaytantos grados que no son normales. Aparco la moto y lo primero que visito es la Plaza del Obradoiro, en donde se encuentra la Catedral y el Hostal de los Reyes Católicos, convertido actualmente en Parador de Turismo. Aquí me encuentro con otro campamento de “los indignados”.

Me encanta esta plaza. Se respira un ambiente de victoria, de satisfacción por haber llegado hasta aquí. 








La visita a la Catedral es obligada. Aunque ya la conocía me sigue pareciendo maravillosa, y eso que esta vez no tuve la suerte de ver el Botafumeiro en acción.
 





Oficialmente ya habría terminado el Camino de Santiago, ya podría volverme a casa y decir que lo había hecho (en moto). Pero, al igual que los peregrinos anteriores al descubrimiento de América, me sentía atraido por Fisterra, aquel lugar que fue el final del mundo. Como muchos de aquellos peregrinos me decidí a ir hasta el final del mundo.

La ruta hacia Fisterra decido hacerla por las rías, por lo que me enfundo el casco y ruedo dirección Noia. Desde aquí sigo la ría de Muros, recorriendo pueblos en los que había estado de vacaciones de niño. Muros, Lira, Carnota y su preciosa playa… En aquellos pueblos descubrí lo feas que son las nécoras, cómo se pesca un pulpo, que las navajas no son sólo de Albacete…

Entre tantos recuerdos llego finalmente a Fisterre.




Atravieso el pueblo siguiendo las indicaciones del faro, y tras un par de kilómetros aparece ante mi el último trozo de tierra hasta que Colón la lió parda.

El lugar desprende magia. No veo peregrinos, sólo visitantes disfrutando del paisaje. Pero la huella peregrina está ahí, concentrada en pequeños lugares de homenage en donde se depositan botas, bastones, sombreros o cualquier prenda que les haya acompañado durante el Viaje. Los visitantes observan esos montones de trastos con atención, con curiosidad, y sobretodo con respeto.

Estoy emocionado. Y sólo he dedicado 3 días a realizar el camino, y usando un motor para subir las colinas. ¿Qué se sentirá al llegar hasta el final del mundo por tus propios medios? Tiene que ser una sensación realmente acojonante. Creo que no hay otra manera de describirla sin haberla sentido.








Ahora sí que puedo dar por concluido mi Camino de Santiago en moto. Me hubiera encantado quedarme a disfrutar del atardecer el el faro, pero dadas las fechas que son y la posición geográfica, me hubiesen dado casi las once de la noche, y no era mi intención sacribicar la cena por aquello. Asíque vuelvo al pueblo en busca de alojamiento y comida.

Encuentro un moderno y barato hostal y ceno en el puerto, en una terraza atestada de niños gritones a los que les hubiese puesto un bozal si hubiese podido. 




 
27-06-11 – FISTERRA – MADRID – 660 km

Salgo prontito con la idea de volver a casa de la manera más directa posible. El día amanece con algo de niebla y frío. En menos de 15 minutos de ruta tengo que pararme a rebuscar un jersey en la maleta. Ayer estaba a más de 40 grados en Santiago. Ahora hay sólo 13. Cosas que pasan en Galicia.

Antes de llegar a la autovía me detengo a realizar una esperada foto al cuentakilómetros. ¡¡¡Mi GSR acaba de cumplir 50.000 km!!!


 
Llego a la autovía y comienzo a devorar kilómetros al mismo ritmo que sube la temperatura.

A la altura de León ocurre algo que me hace pensar. Me dispongo a adelantar a un monovolumen con toda la familia, y cuando estoy a su altura veo que desde la ventanilla trasera me saluda un chaval. Pero no fue un saludo normal. La cara de entusiasmo, la efusividad del saludo y la expresión de su cara no se me olvidarán nunca. Me llamó la atención porque no era un crío de 7 ó 8 años que va jugando a saludar a todo el que pasa por puro aburrimiento, sino que era un chaval de unos 15 o 16 años. Termino el adelantamiento, le devuelvo el saludo con la mano, y el padre me devuelve unas ráfagas.

Mientras les pierdo por el retrovisor en el interior del casco me llueven incógnitas. ¿Qué le habrá llamado la atención? ¿La moto? ¿Que iba de viaje cargado con los maletones y lleno de polvo y mosquitos? ¿Se preguntaría de dónde vengo o a dónde voy, o en cambio le importaría un pimiento? ¿Será este chaval un futuro moto-viajero?...

Sumergido en esas reflexiones van pasando los kilómetros y finaliza así mi Camino de Santiago en moto.