jueves, 18 de abril de 2013

UNA ESCOCIA AGRIDULCE-2-




21-07-12 – PITLOCHRY – ABERDEEN – 220 km


Salgo pronto por la mañana, con intención de visitar el castillo de Blair que está muy cerca de Pitlochry. Es muy extraño, pero parece que he madrugado más que los ingleses por que cuando llego al castillo aún está cerrado y queda un rato para que abran. Decido entonces ir avanzando ruta, rumbo a Stoneheaven, para visitar el castillo de Dunnotar.


Como las autopistas son un rollo elijo una ruta por las montañas, atravesando el parque nacional Cairngorms.





Por esta ruta además me encuentro con el castillo Balmoral, en el que paro a realizar la visita. La parada merece la pena, aunque sólo se puedan visitar los jardines y el exterior del castillo, ya que actualmente sirve de residencia de verano para la familia real británica.















La ruta sigue cruzando las montañas, incluyendo unos cuantos kilómetros de pista de grava. En buen estado, pero no deja de ser una carretera llena de piedrecitas saltando y rebotando contra los bajos de la moto a pesar de mi baja velocidad. Murphy estaba callado pero tenía una ligera sonrisita pícara…


Lleva un rato que chispea, luego llueve, luego para, vuelve a llover…en una zona que aprieta un poco decido parar a hacer tiempo en una gasolinera. Hace lo mismo otro motero a lomos de una GSXR-750 que se interesa por mi moto y mi viaje. Charlamos un rato y me cuenta que con su moto ha viajado por varios países de Europa. Y yo pienso que voy encogido en la mia… Por cierto, vaya acentito que empiezan a tener los escoceses por esas alturas…


El cielo se despeja y consigo llegar al castillo de Dunnotar sin mojarme. Este castillo se encuentra en un lugar idílico, rodeado de verdes colinas y colgado al borde del acantilado sobre el mar del Norte. A esta imagen tenéis que añadirle el sonido de una gaita escocesa tocada por su correspondiente gaitero a las puertas del castillo. Sin duda, la estampa merecía unos minutos de relax y de disfrute para los sentidos.












Es cierto que el castillo se encuentra prácticamente en ruinas, pero a mi fue el que más me gustó. Se puede pasear por todo su interior, que está formado por diferentes edificaciones. Más que un castillo como tal parece un pequeño pueblecito dentro de una muralla. Durante años fue aquí donde se guardaron las joyas de la corona inglesa, pero también fue aquí donde William Wallace encerró en la capilla a un grupo de soldados ingleses y los quemó vivos.










Tremendamente contento por la visita vuelvo a la moto y siguiendo la costa pongo rumbo a Fraseburg, con intención de visitar el faro más antiguo de Escocia.
     Un domingo de playa en Escocia...


Cruzando la ciudad de Aberdeen por su bonita vía principal decorada con cientos de banderitas ocurrió una de las cosas que un conductor no desea ver nunca: una luz roja en el cuadro de mandos. En esta caso era la luz de sobretemperatura. Automáticamente me echo a un lado y paro el motor a 121 ºC. Bajo de la moto, miro al suelo y gotea líquido refrigerante. No me lo puedo creer. Tiene que ocurrir aquí, a 2.800 km de casa y solo. Y como no podía ser de otra forma en sábado. Miro fijamente a Murphy, y me mosque no verle riendose a carcajadas, sinó con la misma sonrisita pícara de antes, lo cual me mosquea.


Me relajo un par de minutos y empiezo a razonar: Viajando en moto hay que asumir que estas cosas pueden pasar. Ahora hay que buscar soluciones. Dadas mis experiencias con el coche imagino que será algún manguito o incluso la bomba del agua. La verdad es que no tengo mucha idea. 121 grados no son demasiados, no tiene por que haber pasado nada en el motor. Al menos me ha ocurrido en una ciudad de tamaño medio. Puedo dedicar el domingo a visitar la ciudad y el lunes llevarla al taller. Seguro que es un manguito y lo arreglan en el día y el lunes estoy de nuevo en ruta. Aunque pierda dos días me daría tiempo a llegar a las HighLands. Voy a llamar al seguro.


Llamo al seguro y la maquinaria de “rescate” empieza a funcionar. Mientras espero a que el de la grúa me llame me siento al lado de la moto, indefenso, pequeñito, con un nudo en la garganta. Siento que me han cortado las alas, no puedo volar, no puedo viajar.


Por la calle pasa una moto negra, montada por un hombre vestido de negro, con casco negro y visera negra. Me mira y me levanta el pulgar ¿ok?, le devuelvo el gesto con el pulgar hacia abajo. Inmediatamente da la vuelta y para a mi lado preguntandome cual es el problema. Se lo cuento y sonríe. Empieza a canturrear mientras toquetea su móvil. Para colmo habla raro, rarísimo. Apenas le entiendo lo poco que habla sin cantar. El único que para a ayudarme y está loco. Estoy de muy mal humor. Realmente quiero que se marche. Me molesta. Dice que hay un taller suzuki en la ciudad, que me está buscando el número. A ver si me lo da y se marcha, es en lo único en lo que pienso. Llama el de la grúa. Acento raro y se oye fatal. Intento explicarle donde estoy pero no me entiende. Le paso el teléfono al buen samaritano y le pido por favor que le explique al de la grúa donde estamos. Cuelga y me dice que el de la grúa viene de no se que ciudad situada a 50 millas y que tardará más de una hora. Dice que deja un momento sus cosas aquí y que va a comprar una cosa. Aparece con dos refrescos y unas chocolatinas y se empeña en hacerme compañía el rato que tarde la grúa, sea una hora o tres.


Empezamos a charlar entendiendonos más o menos y me relajo. Dentro de mí me siento fatal por haberle juzgado así en los primeros momentos. Tomo nota para evitar que me vuelva a ocurrir. Alan es un tipo peculiar. Sus vacaciones siempre son viajando sobre su moto, y su moto siempre es una Hayabusa. Es la cuarta que tiene. Y siempre de negro.










La moto dormirá hasta el lunes en el garage de la grúa. Yo en el hotel que me pone el seguro.



23-07-12- ABERDEEN – 0 km




Ayer domingo pasé la mañana descansando y por la tarde quedé con Alan para cenar y ver las carreras de Formula 1.


Hoy a primera hora me he pasado por el taller y he dedicado media mañana a pelearme por teléfono con unos y con otros para que me llevasen la moto al taller. Parece ser que faltaba una autorización. En fin… Paso la mañana por los alrededores del taller hasta que aparece la moto. Me siento aliviado al verla. La doy unas palmaditas en el depósito mientras la susurro algo cariñoso.


El jefe del taller es muy amable y se ponen a investigar cual ha sido el problema inmediatamente. Cuando vuelvo al cabo de un par de horas, me recibe muy serio y me explica que la moto ha muerto. Escucho atentamente sus explicaciones llegando a la conclusión de que los cilindros no dan compresión y que ellos allí en temporada de verano no pueden arreglarlo por que estan a tope, y que de hacerlo la factura sería de más de tres mil libras, ya que allí esa moto casi no se vende por lo que tendrían que traer todas las piezas nuevas,que el precio de la mano de obra es de 65 libras/hora y que les llevaría un mes.


Salgo a la calle, me siento en un portal y rompo a llorar. No puedo creerlo. Aquí no. Así no. ¿Cómo puede una persona cogerle tanto cariño a una máquina? Hablo por teléfono con Rocío y con mi amigo Jako, las únicas personas que creo que pueden entender mis sentimientos en estos momentos.

Después de las conversaciones telefónicas me encuentro un poquito más animado. He de asumir que el viaje ha terminado y que ahora empieza la batalla de qué hacer.



 


26-07-12 – ABERDEEN – MADRID – 0 km



He pasado estos últimos días en Aberdeen, tratando de solucionar la papeleta con ayuda de Alan. Tanto él como sus padres me están tratando como uno más de su familia. Me han invitado a cenar todos los días, me llevan y me traen a todos los sitios y me han ofrecido alojarme en su casa, aunque sólo lo he necesitado un día ya que el resto de noches me las cubría el seguro en el hotel.




Lo primero ha sido decidir el camino a seguir. Éste ha sido el de conseguir llevar la moto hasta Madrid como sea. Sólo la idea de dejarla aquí en un desguace me rompe el corazón. No pienso dejarla aquí. Luego veremos lo que se puede hacer una vez en España.




Lo de transportarla no es fácil, y el estar en una isla no ayuda tampoco. Hay dos opciones, o encargarme yo o intentar que se encargue el seguro. En el seguro me dicen que la póliza no me lo cubre, aunque sigo insistiendo y hablando con todo tipo de jefes de departamentos de la aseguradora. Para enviarla yo, recurro a pedir ayuda al foro de viajes de
www.bmwmotos.com, donde siempre se intenta ayudar y aconsejar a los demás. Muchos de los foreros aportaron sus ideas, ¡muchísimas gracias!. Pero no resultaba fácil y sobretodo sale caro. Mientras Jako, en Madrid, me encontró un motor de desguace completo, con pocos kilómetros y a buen precio. ¿Trasplante de corazón? De momento era la mejor idea una vez que consiguiera que la moto llegase a Madrid.



Mientras todo esto se iba cociendo, Alan y sus padres me iban enseñando la ciudad y me llevaban de excursión por los alrededores. Una noche, después de cenar en su casa, su padre me montó en su coche y, sabiendo la afición que tengo a los aviones, me llevó a lo alto de una colina desde donde se podía ver como despegaban y aterrizaban los aviones. Hacía una noche despejada, con buena temperatura. Y fue allí, donde con el motor apagado y las ventanillas bajadas, observando en silencio el ir y venir de los aviones bajo un cielo estrellado, me di cuenta de que a pesar de todo estaba disfrutando del viaje, que estaba cumpliendo los objetivos de abrirme con la gente y de practicar inglés, y que todas estas situaciones son experiencias que forman parte del viaje.


¡Thanks!


Ha llegado el momento de volver a casa, ya que aquí ya no me queda nada por hacer que no pueda hacer desde Madrid. De momento la moto se queda aquí, en el taller, y en unos días la llevaran al garage de Alan donde esperará pacientemente a que llegue la hora de su regreso a casa.


Por la mañana temprano cojo un tren que bordeando la costa me llevará hasta Edimburgo. Paso las horas con la mirada perdida en el horizonte a través de la ventanilla del tren, reflexionando. Un rato antes de llegar a Edimburgo veo que cruzamos un canal paralelos a otro puente de color blanco por el que circulan los coches. Me fijo en que el tren lo está cruzando por un puente ROJO. Sonrío.


Al llegar a Edimburgo aún me queda coger el bus hasta el aeropuerto. Un avión hasta Barcelona y luego otro hasta Madrid. Después de 20 horas de agotador viaje caigo profundamente dormido sobre mi cama, a 2.800 km de la moto.







UNAS SEMANAS DESPUES….EN MADRID.




Finalmente y después de muchas negociaciones la compañía de seguros decide hacerse cargo del transporte de la moto. ¡Una gran noticia!


Al cabo de unas tres semanas recibo una llamada de mi mecánico informándome de que la moto acaba de llegar al taller y que en cuanto pueda le echa un vistazo. Al día siguiente me vuelve a llamar para preguntarme que qué era lo que le pasaba a la moto, que la moto arranca y funciona perfectamente. Me quedo perplejo al teléfono y le vuelvo a contar toda la historia. Me dice que va a investigar más detenidamente y que ya me dirá cosas. Al siguiente día vuelve a llamarme y me dice que ya ha dado con el problema y que ya está arreglado. ¿¡Como!? Me cuenta que el problema es tan simple como que una piedrecita se ha metido en el ventilador, con la mala suerte de quedarse haciendo cuña y obstruyendo el movimiento de las aspas. Por lo tanto cuando tenía que saltar el ventilador, éste no rodaba y por eso subía la temperatura. Pero…¿y la compresión de los cilindros? Pues resulta que dan buena compresión.


Me quedo contento pero totalmente alucinado. ¿Qué compresión midieron en Escocia? ¿No fueron capaces de ver que el motivo del calentamiento era porque no funcionaba el ventilador por que estaba obstruido por una piedrecita? ¿¿Una piedrecita?? Hago memoria y recuerdo aquel tramo de pista con grava suelta antes de llegar al castillo… Ahora entiendo la sonrisita pícara que lucía Murphy. ¡¡Él lo sabia y ahora estará riendo a carcajadas!!


UNA ESCOCIA AGRIDULCE -1-

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UNA ESCOCIA AGRIDULCE



En todos los viajes me pasa. Nunca consigo tener todo el equipaje preparado y encima de la moto a la hora que me había propuesto. Pero esta vez no hay prisa, nadie me espera. Estoy a punto de comenzar mi mayor viaje en solitario. Quince días me esperan sin más compañía que mi propia sombra, en los que a parte de disfrutar de Escocia y sus paisajes me he propuesto dos cosas: practicar inglés y abrirme con la gente.

Con todo listo y cargado de sensaciones extrañas me sitúo delante de la puerta del garage. Aprieto el botón del mando y el sol comienza a colarse a medida que la puerta se abre. Inspiro profundamente, engrano primera y ¡allá voy!





17-07-12 - MADRID - TOURS (Francia) - 1.104 km



Horas. Muchas horas. Tardes enteras en casa de mi amigo Jako delante del ordenador peleandonos con la cartografía del GPS. Lo que parecía coser y cantar resultó un suplicio, pero finalmente conseguimos meterle al cacharro la cartografía de Europa totalmente actualizada. Pero la alegría duró tan sólo unos pocos kilómetros. Antes de abandonar la Comunidad de Madrid el maldito GPS empezó a darme problemas. Unas cuantas palabrotas dentro del casco y abandono la autopista para pelearme con el aparato con tranquilidad. Me paro en una rotonda y mientras trasteo con la maquinita una señora se para a mi lado con su coche y me pregunta si todo va bien levantando el pulgar (¿Ok?). Le devuelvo el gesto y se marcha. Este gesto me alegra un buen rato de autopista. Cosas así sólo pasan al viajar en moto.



Hace buen día y ruedo contento, he conseguido solucionar los problemas de navegación. Cruzo la frontera por Irún, entro en Francia y, como es habitual por aquí, me encuentro un gran gusano de camiones. Le sonrío a un radar que me hace una foto de frente y navego directo a un hotelito F1 que ya tenía fichado en la ciudad de Tours.






18-07-12 - TOURS - CAMBRIDGE - 767 km



Tras un breve desayuno me encuentro nuevamente rodando felizmente por la autopista, tan feliz que me paso la salida. Merde!, como dicen por aquí... Esta autopista me lleva rumbo a París, que sería una ruta alternativa. Cruzar París y su periferia con su denso tráfico no me apetece mucho, por lo que prefiero dar la vuelta y seguir la ruta original. Pero como siempre me llevo a Murphy de viaje, la primera salida está a 17 km, los cuales he de recorrer en sentido inverso después de dar la vuelta. Y como esto es Francia amigos, no iba a ser gratis: peaje a la ida y peaje a la vuelta. Y como viene siendo habitual en mí, los peajes se me complican.


Llego a la barrera y me dispongo a introducir el ticket cogido al entrar en la autopista. Lo introduzco y no lo recibe. Le doy la vuelta. Lo introduzco de nuevo y nada. Le doy la vuelta. Lo mismo. Otra vuelta, nada. Vaya.... Ya no me quedan lados del ticket para probar. Se empieza a formar cola detrás de mí. El camionero que tengo detrás empieza a pitar y a gritarme. Pulso el botón del interfono para pedir ayuda:


- Bonjour.- me contestan.

- Bonjour, le ticket no funciona...

- Labdudcshsissbzuzns

- Le ticket.....

- Lajdjskansi!!

- Problem! Problem!


Milagrosamente la maquinita se ilumina, acepta mi ticket y la barrera se levanta. A los pocos segundos el camionero me adelanta poseído por el mismísimo Satán.


Retomo la ruta y paso por Le Mans, con su mítico circuito. Aquí ya el verano ha dejado de existir y paro a montarle los forros de invierno al traje. Por la autopista me entretengo en saludar a los camioneros con matrícula española, los cuales siempre me devuelven el saludo, uno de ellos con unas V's, lo cual me hizo ilusión.


Llego a Calais en plena batalla con Eolo, y me dirijo directamente a la estación del Eurotunel. Siempre me ha llamado mucho la atención lo del túnel por debajo del mar. De pequeño me lo imaginaba transparente, cruzando aguas transparentes de color turquesa, mientras circulando con tu propio coche podías observar tiburones, delfines, estrellas de mar, tortugas gigantes e infinidad de peces multicolores. Embriagado por esa falsa imagen de mi niñez, decidí cruzar el Canal de la Macha por el túnel en lugar de hacerlo navegando.


La experiencia del Eurotunel fue bastante menos interesante de lo que me había imaginado. La estación es básicamente una explanada dividida en muchos carriles, por los que vas pasando por varias ventanillas para pagar y para revisar el pasaporte, hasta que finalmente llegas a la zona de espera, que no es más que otra explanada a la intemperie llena de conos para delimitar los carriles. Allí, junto con una pareja de moteros ingleses que no se dignaron ni a devolverme el saludo, me hicieron esperar más de 45 minutos. Sin cafetería, sin servicios, sin cobijo alguno. 45 minutos de pie al lado de la moto, azotado por un fuerte viento y con el casco puesto porque empezaba a chispear. Un matrimonio de jubilados alemanes me miran impasibles desde el interiior de su gigante, cómoda y calentita autocaravana. Finalmente el semáforo se pone en verde y podemos entrar al tren, bueno, por que se que es un tren, porque por el aspecto exterior podría ser un contenedor de mercancías de un barco. Una vez dentro, no se aprecia movimiento alguno. Tengo la sensación de estar viajando en metro, pero con la moto. El trayecto dura unos 30 minutos, los cuales tienes que pasar de pie al lado de la moto. ¿Para qué poner unos banquitos si la gente está dentro del coche? Y a las motos que les den, como siempre.










El tren nos vomita en Inglaterra. Es la primera vez que circulo en mi moto por una isla, una tontería sí, pero me gusta. Llueve. No me sorprende. Nada más salir del tren me detengo a ponerme el chubasquero, y también el chalequito reflectante, que le prometí a mi chica que me cuidaría al máximo :)



Izquierda, izquierda, izquierda, izquierda.... Left, left, left, left... Es lo único que hay en mi cabeza los primeros kilómetros. Nunca había conducido por la izquierda, y de momento me apaño bien. Circulo despacito mientras llueve bastante. Llego a una rotonda, ¡joder! ¡coño! ¡me cagüen! ¡que hay que mirar a la derecha! Mira que lo había pensado veces, pero hasta que no llegas a una...



Llego a los alrededores de Londres y el tráfico se empieza a complicar, hasta que llega el atasco. El motivo del atasco es un superpeaje que hay que pagar para cruzar el río Támesis. Los que circulamos hacia el Norte lo cruzamos por un túnel, los que viajan hacia el Sur lo hacen por un gran puente. Este peaje es gratuito para la motos, punto positivo para estos ingleses.



Con alguna vuelta que otra, consigo abandonar el área londinense por la carretera correcta, dirección al norte. Al cabo de unos kilómetros paro a preguntar en un hotelito a pie de carretera. El recepcionista, con toda su antipatía, me informa de que la habitación son 66 libras, sin desayuno y sin internet. Muy amablemente le digo que voy a la moto a recoger el equipaje, pero lo único que vió este hombre fue mi equipaje subido a la moto huyendo despavorido de aquel lugar. Como todavía es pronto decido seguir avanzando e intentar encontrar algo mas barato y acogedor, y donde al menos pueda cenar algo. Al cabo de un buen rato, a la altura de Cabrigde, encuentro un centro comercial en el que hay un hotel. Entro a preguntar y me dicen que son 75 libras. Empiezo a tener la sensación de que este viaje me va a salir más caro de lo que pensaba... Finalmente, asustado por la tormenta y seducido por el uso de wifi y el restaurante, decido aceptar, ya que es muy posible que el siguiente sea aún más caro, y ya llevo hoy una buena palicilla.














19-07-12 - CAMBRIDGE - EDIMBURGO - 554 km



Suena el despertador y me arrastro como un zombi hasta el baño. Abro el grifo de la ducha y, mientras espero a que el agua salga caliente, bostezo frente al espejo. Meto un pie en la ducha y se me pasa el sueño de golpe. ¡Está helada! Tras una breve pelea con la grifería y una llamada a recepción, me doy una rapidísima y gélida ducha, ya que la caldera del hotel se había estropeado. Un Murphy muy sonriente me da los buenos días.


El cielo está salpicado de pomposas nubes blancas, que pronto se convirtieron en feos nubarrones, que pronto se convirtieron en una cortina de agua. Esto es algo que hay que asumir al viajar al Reino Unido, por lo que paso al “modo agua” sin darle muchas vueltas.


Pasado Newcastle por fin salgo de la autopista. Entro en reserva y consulto el GPS en busca de la gasolinera más cercana. Me desvío por una estrecha carretera en su busca, y cuando llego al pueblo lógicamente no hay gasolinera alguna. Pregunto a un paisano y me informa de que hay una en el siguiente pueblo, siguiendo misma diminuta carreterita por la que venía. Al llegar me encuentro con la gasolinera, dos pequeños surtidures que manan oro negro, y nunca mejor dicho, por que el litro costaba 1.55 libras. En ella hay un coche precioso, clásico, de apariencia inglesa pero sin ser inglés, un modelo “raro” que casualmente tiene un compañero de trabajo. Pregunto a la dependienta si es suyo, y me dice que es de su marido. Se sorprende que sepa de que modelo se trata, y entablamos algo de conversación mientras doy buena cuenta de un sandwich.











El coche es un Nissan Figaro de los 90.


Sigo disfrutando de las carreteras de doble sentido, siempre húmedas, dándome pequeños sustos en cada curva que me cruzo con un coche que en mi mente circula por mi carril. En una de esas curvas un cartel me da la bienvenida a Escocia. ¡Por fin he llegado!







La fotito de rigor y sigo ruta hacia el primer castillo Escocés, el Floors Castle, en Keslo.


En la puerta de los jardines me piden 8 libras por pasar hasta el castillo. Dudo si hacerlo, ya que yo solo quería verlo por fuera. No tengo ni tiempo ni ganas de andar viendo habitaciones con mobiliario del siglo XVI la verdad. El hombre de la garita resulta ser motero. Charlamos y acabamos sacando los mapas y recomendandonos lugares, tanto de Escocia como de España. La cosa termina con Raúl bajando hasta el castillo gratis y más ligero que una pluma, ya que la moto y todos los cacharros se quedaron a buen recaudo en frente de la garita. Llego hasta el castillo y aparece ante mis ojos un edificio de dimensiones descomunales, con su tejado sembrado de cientos de torrecillas. Intento que me quepa entero en la foto, pero ni con el objetivo gran angular lo consigo. No es de extrañar, ya que es la vivienda habitada más grande del país.

















Feliz como un regaliz tras visitar mi primer castillo del viaje pongo rumbo a Edimburgo. Anoche hice los deberes, por lo que tengo un hotelito reservado en el centro. Allá me dirijo serpenteando por una negrísima y bonita carreterita escocesa.


Llego sin el más mínimo rodeo, gracias a la supercartografía que tanto trabajo le costó a Jako meter en el GPS. Es un edificio antiguo, y para llegar hasta la habitación tengo que subir varios pisos por escaleras de madera, recorrer numerosos estrechos pasillos cubiertos de una horrible moqueta y abrir y cerrar una infinidad de puertas. Como no podía cargar con todo de una vez tuve que hacer otro viaje a la moto. Si lo llego a saber hubiera marcado el camino con miguitas de pan al estilo de Pulgarcito, por que el hotel es un auténtico laberinto.


Salgo a dar un paseo, y mientras me atiborro de pasta en un bonito restaurante italiano planifico los lugares a visitar durante la mañana siguiente.



 

20-07-12 – EDIMBURGO – PITLOCHRY – 215 km


La calle Princess Street divide a la capital escocesa en dos partes, la nueva y la vieja. Como en la mayoría de las ciudades la parte antigua resulta mucho más interesante para el viajero. La mayor actividad de la parte vieja se localiza a lo largo de la Royal Mile, una calle ancha y luminosa en la que antiguamente dominaba el lujo. Actualmente dominan las tiendas repletas de imanes para la nevera, dedales, figuritas, llaveros, gaitas de plástico, postales y otras muchas cosas inútiles que los turistas se empeñan en comprar allá donde vayan, bueno, les lleven.










En uno de los extremos de la Royal Mile se encuentra, coronando la ciudad desde lo alto de un volcán apagado, el castillo. Es la principal atracción de la ciudad, y sin duda lo merece. Pero como ya lo conozco de otro viaje decido no acceder al interior (algo totalmente recomendable para quien no lo conozca) y aprovechar el tiempo visitando el resto de la ciudad. Además, coincide que en el castillo estan montando las gradas para el Military Tattoo, un espectacular desfile militar que se realiza en la esplanada del castillo.
























La guía que llevo define a “The Real Mary King´s Close” como la atracción más escalofriante de la ciudad. Seducido por tal definición me dirijo hacia ella. Aunque la entrada cuesta un buen puñado de libras, no se pueden realizar fotografías y el guía va disfrazado de pimpollo del siglo XVII, la visita me resulta de lo más interesante. Se trata de un grupo de callejuelas y callejones que quedaron sepultados bajo nuevos edificios. En este laberinto de callejones subterráneos malvivían los edimburgueses más pobres y los afectados por la peste que azotaba la ciudad en aquellos años, sin apenas ventilación, sin ver la luz del día, y compartiendo todo tipo de enfermedades infecciosas.






Una vez de vuelta a la superficie seguí paseando y disfrutando de la ciudad, hasta que me encontré con…. ¡Bobby!


Bobby era el perro de un policía llamado John Gray. Cuando éste murió el animal no quiso dejar a su amo, y durante catorce años estuvo velando su tumba en el cementerio de Greyfriards Kirk, hasta que el pobre murió. Durante todos esos años, a pesar del cariño que se había ganado de los ciudadanos, nadie pagó su licencia, debiendo de ser sacrificado. Pero cuando el alcalde se enteró de la noticia, fuel él mismo quien pagó la licencia y compró un collar en el que era llamado “Greyfriars Bobby”. Bobby se convirtió en uno de los personajes más queridos de la ciudad y se ganó una pequeña estatua en una de las calles del centro de Edimburgo.






Seguí paseando por las agradables calles de Edimburgo…..





























…. en busca del nuevo parlamento. Se trata de un nuevo edificio, diseñado por el arquitecto español Enric Miralles, que rompe con el entorno clásico de su alrededor.














Y como es viernes por la tarde, y la ciudad se está colapsando de guiris, grito ¡libertaaaad! igual que lo hizo William Wallace y me voy a Stirling a ver su monumento.


Pero no me dirijo a Stirling por el camino más directo, por que quiero cruzar el canal por el puente de South Queensferry. Realmente hay dos puentes, uno de estructura de acero de color ROJO por el que pasa el tren (año 1890), precioso, y otro de color blanco paralelo a éste, inaugurado en 1964, por el que circulan los vehículos, y también yo. Es una pena que no se pueda parar a tomar alguna foto sobre el puente, porque las vistas lo merecen.


El monumento a William Wallace se encuentra a las afueras de Stirling. Se trata de una torre victoriana de 67m de altura, de aspecto amenazante, levantada sobre un peñasco rocoso.








 

Y ya que estoy en Stirling pues paro a ver el castillo, que me han contado que tiene una muralla con cañones, y eso mola. Pero otra vez la misma historia, tengo que pagar otro puñado de libras para acceder incluso al exterior, ya que es a través del parking. Finalmente me camelo al guardia y me deja pasar para hacer unas fotos del exterior. Y menos mal, por que tampoco había tantos cañones.











Después de tanto monumento hay que despejarse, y para ello nada mejor que perderse por las diminutas, húmedas y frondosas carrerteas escocesas de camino al siguiente destino.




El siguiente destino es Kenmore, una coqueta villa a orillas del lago Tay en donde estan situados unos antiguos crannogs. Se trata de viviendas construidas en la Edad Media en medio del lago de forma que quedaban protegidas del enemigo por el agua.






En Kenmore fue imposible encontrar alojamiento. Consulto la lista de hostels de escocia que llevaba con la suerte de que hay uno a poquitos kilómetros, así que allá que voy, a Pitlochry. Pitlochry es un agradable pueblo cuyo principal negocio son las actividades de montaña, y así lo demuestran las numerosas tiendas de deportes de aventura que hay en sus calles. Ceno en un bar con música en directo y buen ambiente y me dispongo a dormir en una habitación que comparto con otras cuatro personas que aún no he visto.



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